La filósofa feminista Christina Sommers distingue dos tipos dentro de esta corriente: el feminismo igualitario —o liberal— y el de género —o victimista—. Mientras el primero aboga por la igualdad moral, social y legal entre el hombre y la mujer, el segundo postula que la civilización occidental es un sistema de opresión sistemático creado por el patriarcado. En consecuencia, para este feminismo no basta con cambiar leyes e instituciones injustas, sino que todo el edificio social y cultural de occidente, incluyendo la música, la literatura y el lenguaje, debe ser demolido.
Este feminismo radical, derivado en buena medida del marxismo —cuya sociología es tan falaz y dañina como su economía, aunque goza de mayor credibilidad— es el que domina en las universidades y en la discusión pública. Según Sommers, esta tercera ola feminista «se construye con mentiras». La primera y más evidente de esas mentiras o falsedades, pues a estas alturas no se puede considerar un simple error intelectual, es la tesis de que el género es meramente una construcción social.
Estudio tras estudio han mostrado que la evolución adaptó no solo los cuerpos de hombres y mujeres a los desafíos que imponía la supervivencia, sino también sus cerebros. Como explica el profesor de psicología evolutiva de Harvard Steven Pinker en The Blank Slate, «ciertamente las mentes de hombres y mujeres no son idénticas, encontrándose confiables diferencias entre ellas».
Distintos tipos de habilidades, preferencias e incluso enfermedades mentales afectan con diversa recurrencia y magnitud a hombres y mujeres, precisamente porque el cableo cerebral no es idéntico. La constatación de que, como dice la profesora Helen Fisher, numerosas diferencias de género «están en el cerebro», nos permite entrar en una segunda falsedad hoy elevada a categoría de verdad universal: la idea de que la menor presencia de mujeres en ciencias y altos cargos es producto de la discriminación machista sistemática.
Helena Cronin, directora del Darwin Centre de la London School of Economics, afirma que la evidencia muestra sin lugar a dudas que, más allá de los casos de discriminación que existan, lo anterior es groseramente engañoso. Experimentos realizados con bebés y monos antes de ser socializados muestran que machos y hembras tienen preferencias distintas en materia de imágenes y juguetes. Según Cronin, estos experimentos demuestran una «diferencia de interés evolutiva entre los sexos», es decir, de origen biológico. En promedio, las mujeres se interesan más en las personas y los hombres, en objetos. Cronin señala que ello tiene un directo impacto sobre las opciones de carrera profesional, explicando en parte por qué algunas disciplinas son ocupadas predominantemente por hombres —ciencias, ingenierías, etc.— y otras por mujeres, típicamente enfermería y ciertas carreras humanistas. Es más, incluso aquellas mujeres que se encuentran en el 1% de mayores habilidades matemáticas, agrega Cronin, tienden a preferir carreras dentro de las ciencias naturales que las pongan en contacto con otras personas. No es entonces verdad que la ausencia de mujeres en ciertas posiciones y carreras se deba fundamentalmente a un problema de discriminación o cultura machista.
Tampoco es verdad -y esta es la falsedad más repetida- la idea de que existe una brecha salarial causada por la discriminación patriarcal. Lo cierto, como explica la evidencia citada por Cronin, es que, dadas las distintas preferencias, en general las carreras más lucrativas son ocupadas mayoritariamente por hombres y las menos lucrativas por mujeres. Esta variación de preferencias que afecta los ingresos se encuentra también dentro de las mismas profesiones.
Según los estudios de brecha salarial de la profesora de Harvard Claudia Goldin, la diferencia de ingresos no se genera porque a hombres y mujeres se les pague distinto por el mismo trabajo como reclaman las feministas, sino por incentivos dentro del mercado que son ciegos a diferencias de género. Dentro de las mismas profesiones, agrega la economista, las mujeres eligen tener jornadas más flexibles, lo que genera menores ingresos generales y también por hora trabajada, debido a un fenómeno que llama la «no linealidad de los salarios», el cual impone una penalidad al trabajo part time. Pero la historia de la brecha salarial estadounidense de 23% —cifra similar a la que se discute en Chile donde, por lo visto en el debate público, no existen estudios serios sobre la materia— es en sí misma falsa. Tanto así que una organización feminista como la American Association of University Women concluyó que, al incorporar las preferencias individuales durante la carrera profesional, la brecha salarial caía a un 6,6%.
Un estudio del Labor Department del gobierno de Estados Unidos concluyó igualmente que, corrigiendo por preferencias individuales, la brecha salarial se encontraría entre un 4,8% y un 7%. Según Sommers, si se añaden factores como el riesgo físico incurrido en el trabajo y otros, esta tendería probablemente a desaparecer. Las diferentes preferencias de carrera de hombres y mujeres explican también por qué en Holanda un 76% de quienes trabajan medio tiempo son mujeres a pesar de que 2/3 de ellas no tienen hijos y la ley garantiza idéntico privilegio a los hombres, que no pueden ser despedidos ni perder beneficio alguno en caso de optar por él.
Para la psicóloga experta en temas de género Susan Pinker, este caso, como la baja presencia de mujeres en Silicon Valley, donde las jornadas de trabajo son extenuantes y casi no existen vacaciones, muestra que las mujeres están menos dispuestas a sacrificar su calidad de vida y bienestar personal en el altar del trabajo. Pinker propone, por lo mismo, dejar de lado el dinero y las posiciones de poder como únicos indicadores de éxito e incorporar el bienestar personal y la felicidad dentro de ellos. Esto es relevante en la discusión actual, pues diversos estudios muestran que la pérdida de comunidades afectivas, de vida familiar y social producto del exceso de trabajo incrementa la infelicidad y deteriora la salud física y mental de las personas, afectando especialmente a mujeres.
De ahí que sea paradójico, sugiere Pinker, que las feministas de género hayan tomado valoraciones típicamente masculinas —poder, prestigio y dinero— como la medida a la cual deberían ajustarse todas las mujeres, en lugar de respetar sus propias valoraciones, las que han mostrado, en promedio, ser mucho más satisfactorias para ellas. Lamentablemente, como dice la feminista de Yale Camile Paglia, el feminismo predominante hoy en día es un proyecto intolerante y anticientífico, cuyas principales víctimas son las mismas mujeres.
Axel Kaiser, Director ejecutivo Fundación para el Progreso
martes, 24 de julio de 2018. El Mercurio